sabato 20 giugno 2015

Stan Grof: "Las experiencias holotrópicas y su influencia en nuestro sistema de creencias"

Para tener una perspectiva más amplia sobre el tema de la reencarnación investigaremos los cambios que se producen en nuestras creencias a lo largo de un trabajo internos y sistemático con estados holotrópicos. Nuestra creencia o incredulidad en la reencarnación, así como nuestra comprensión de lo que pudiera sobrevivir a la muerte, refleja la naturaleza y el nivel de las experiencias que hemos tenido. Una persona media perteneciente a la civilización industrial occidental cree ser su cuerpo físico. Esto limita claramente la existencia individual a un espacio de vida que abarca desde la concepción hasta el momento de la muerte. Este concepto de "un solo reloj biloógico" se halla en conflicto con la perspectiva de muchos otros grupos a lo largo de la historia. En nuestra cultura es una visión totalmente asumida por una curiosa alianza entre la ciencia materialista y las iglesias crsitianas. el problema de la reencarnación es uno de los raros campos en los que estas instituciones alcanzan un acuerdo total.

Las experiencias personales de recuerdo de vidas pasadas que encontramos en la meditación, en la
psicoterapia viviencial, en sesiones psicodélicas o en "casos de urgencia espiritual", pueden ser extremadamente auténticas y convincentes. Pueden producir un cambio drástico en nuestra visión del mundo y abrirnos al concepto de reencarnación, no como creencia, sino como una realidad existencial. En consecuencia, el énfasis de nuestra introspección tiende a cambiar considerablemente. Antes, tal vez habíamos creído que era de importancia fundamental esforzarnos por descubrir los traumas de nuestra niñez, de nuestra primera infancia y del nacimiento, porque nos habíamos dado cuenta de que eran una fuente de dificultades en nuestra vida actual. Tras el descubrimiento de la existencia de la esfera kármica, estamos más interesados en alcanzar una liberación de los patrones kármicos traumáticos, porque no sólo pueden contaminar una vida, sino también otras muchas conssecutivas.
En esta fase, a menudo seguimos teniendo experiencias adicionales de vidas pasadas que pueden ser muy ricas en detalles precisos y estar asociadas con sincronías extraordinarias. Así pues, continuamos obteniendo pruebas convincentes de la realidad y autenticidad de esta forma de entender la existencia.
Ya no pensamos en nosotros como los "egos encapsulados en la piel" de Alan Watts. En lugar de identificarnos con un individuo concreto que vive desde la concepción a la muerte, ahora poseemos un concepto más amplio de quienes somos.
Nuestra nueva identidad es la de un ser cuya existencia se extiende a lo largo de muchas vidas; algunas ya han pasado y otras nos esperan en el futuro. Para vernos de esta forma, tenemos que trascender nuestra experiencia previa de que nuestro espacio de vida está temporalmente limitado al período comprendido entre la concepción y la muerte. Al mismo tiempo, tenemos que continuar creyendo en la naturaleza absoluta de las fronteras espaciales que nos separan de otras personas y del resto del mundo. Pensamos en nosotros mismos como cadenas de vida que empiezan y acaban, considerando nuestros patrones kármicos de la misma forma. Si continuamos nuestro viaje interior, posteriores experiencias holotrópicas pueden mostrarnos que incluso las fronteras espaciales son en última instancia ilusorias y es posible disolverlas. Esto crea una perspectiva totalmente nueva del problema de la reencarnación. Ahora hemos trascendido el concepto de karma, tal como suele entenderse, porque hemos alcanzado un nivel en el que ya no existen individuos separados.
La existencia de personajes diferenciados es un requisito necesario para cualquier integración kármica. En este punto nos identificamos con el campo unificado de energía creativa- cósmica y con la Conciencia Absoluta.
Desde esta perspectiva, los dramas de vidas pasadas representan simplemente otro nivel de ilusión, el juego de mâyâ. Entonces se vuelve obvio que todas las vidas tienen de hecho un solo protagonista y que, en definitiva, todas están vacías de sustancia.
Ahora ya no creemos en el karma, sin duda no del mismo modo en que lo hacíamos antes. Esta forma de incredulidad es de un orden totalmente diferente a la del escéptico y a la del ateo materialista.
Aún recordamos la época en  que vivíamos en un estado totalmente limitado de conciencia y rechazábamos la idea de la reencarnación como escencialmente ridícula y absurda.
También somos conscientes del hecho de que experiencias intensas y convincentes pueden dirigirnos hacia un nivel de conciencia en el que la reencarnación no es un concepto sino una realidad vivida.
Y sabemos qaue incluso esta fase puede trascenderse cuando nuestro proceso de indagación interna nos enfrenta a experiencias que nos hacen entender la relatividad de todas las fronteras y la vacuidad fundamental de todas las formas.
Ni la negación categórica de la posibilidad de la reencarnación, ni la creencia en su existencia objetiva son verdad en un sentido absoluto. Los tres enfoques mencionados a este problema son existencialmente muy reales y cada uno de ellos refleja un cierto nivel de comprensión profunda del orden universal de las cosas. En última instancia, sólo la existencia del mismo principio creador es real. Tanto el mundo en el que la reencarnación parece imposible como el mundo en el que parece ser un hecho innegable son realidades virtuales creadas por una orquestación de experiencias. Por esta razón, el juego cósmico puede incluir guiones que, desde nuestra perspectiva cotidiana limitada, pueden parecer incompatibles y en conflicto entre sí. En la Mente Universal y en su obra divina pueden coexistir sin ningún problema.
"El juego cósmico"